lunes, 19 de marzo de 2007

VISITO UNA IGLESIA EVANGÉLICA

Puesta de sol en la Cala del Moral.

Siempre me ha interesado el hecho religioso. El fenómeno que hace al ser humano buscar una explicación a la naturaleza a través de la creación de un ser superior, un demiurgo, un gran relojero creador de todo lo finito e infinito. Ra, Odin, Zeus, Júpiter, Astarté, Gamesh, Yahve, Alah, Dios... ha habido infinidad de dioses, y todos han ido muriendo con las civilizaciones que los inventaron.

Para mí, el ser humano se siente tan solo, y con tal miedo a la muerte, que necesita crearse un paraiso, otra vida más allá de esta, para sentirse reconfortado y aliviar los sufrimientos injustos de su vida terrena. Un Valhalla con valkirias y fiestas sin fín regadas con vino e hidromiel , un oasis llenito de bellas huríes vírgenes, o un nuboso jardín con música de arpas y regordetes bebés alados. ¿Curioso no? ¿Que pasa, que a las mujeres nunca les espera en la otra vida un ejército de torneados jóvenes morenos de ojos verdes y bien dotados?

Bueno, después de irme por los montes de Úbeda, voy a contar la experiencia que he vivido hoy. Fuí a la Cala del Moral, donde me esperaba una amiga que me llevó a ver el Centro Multiusos, donde trabaja dando clases a unos niños y pintando en su taller. La chica es buena, y la estoy apoyando en lo que puedo, sin segundas intenciones. Aquello es propiedad de una comunidad evangélica. Me invitaron a participar en la escuela dominical. Escuché atento a un señor francés explicar la carta del apostol Pablo a la comunidad cristiana de Roma. Fue bastante interesante, para qué negarlo. Aunque su español no era demasiado bueno, pero en fín, lo suplía con gracia.

Luego pasé a una ceremonia, una congregación de unas treinta personas como mínimo en la que dieron alabanzas al señor, oraron y cantaron. La verdad es que fue bastante emotivo, la música en directo no estaba nada mal, las letras eran bonitas, los niños pequeños leyeron felicitaciones a sus padres, etc. El pastor, un sevillano retornado de quince años de estancia en los EEUU, de nombre Juan Carlos, era muy agradable y ocurrente, incluso me saludó por el micro. Ja, yo que quería pasar desapercibido.

Nadie me quiso comer la cabeza ni adoctrinarme, la gente era normal y nadie parecía comer ateos de postre. Calificación de la experiencia: positiva.

Si debo hablar de algo que no me gustase: lo que no me gusta de las religiones que conozco y de todas en general. La obligación de entrega total y absoluta, el que se tenga que bajar la cabeza, en ciertos momentos del ritual de reafirmación catártica, en señal de sumisión a ese supuesto ser superior. No sentí ninguna llamada, ni ninguna energía, ni ninguna comunión ni nada más que frío, que hacía bastante allí.

Queridos lectores y lectoras, sigo siendo ateo hasta la médula, y me sigue interesando el fenómeno creador de creencias y de creyentes.

Saludos a la buena gente, de cualquier religión, o sin ella.

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