Santa Lucía. Hace una semana.
Fui con mi tía M a comprar a Casa de los Correas, una tienda de esas que vendían ultramarinos en los 50 pero que fue ampliando el género a botijos y lámparas de gas para pasar luego a tener una sección de papelería y estufas, conviriténdose en una especie de bazar bereber-guanche.
Abducido por el barroquismo del local, me perdí a voluntad entre los distintos cachivaches y productos pintorescos. Leche Millac por aquí, una máquina Singer por allá. Un laberinto ambientado con un agudo horror vacui style o un muy mal camuflado síndrome de Diógenes.
Al llegar a otra habitación, llena de neveras y lavadoras, decorada con banderitas recicladas de alguna verbena sesentera, me encontré con el rostro impertérrito del Caudillo, juzgándome fijamente con su ceño gallego fruncido.
Francisco Franco Bahamonde, autonombrado vigía de Occidente, oteaba la eternidad con ojos de bronce y gesto autoritario desde lo alto...de una nevera. Casi me caí de la impresión, me tambaleé tropezando con un perchero Luis XVI o algo que se le parecía mucho. Sonidos metálicos. Me entró la risa nerviosa. Mi tía me miraba sin entender qué pasaba. Probablemente nunca había reparado en las grandes letras que soportaban esa escultura siniestra desde vaya usted a saber cuando. "FRANCO"... "FRANCO". Tía M se río por simpatía, con risa cánida.
Me maldije por no llevar la cámara encima y salí de aquella tienda como el que pasa demasiado tiempo en un fumadero de opio: aturdido y confuso.
Fui con mi tía M a comprar a Casa de los Correas, una tienda de esas que vendían ultramarinos en los 50 pero que fue ampliando el género a botijos y lámparas de gas para pasar luego a tener una sección de papelería y estufas, conviriténdose en una especie de bazar bereber-guanche.
Abducido por el barroquismo del local, me perdí a voluntad entre los distintos cachivaches y productos pintorescos. Leche Millac por aquí, una máquina Singer por allá. Un laberinto ambientado con un agudo horror vacui style o un muy mal camuflado síndrome de Diógenes.
Al llegar a otra habitación, llena de neveras y lavadoras, decorada con banderitas recicladas de alguna verbena sesentera, me encontré con el rostro impertérrito del Caudillo, juzgándome fijamente con su ceño gallego fruncido.
Francisco Franco Bahamonde, autonombrado vigía de Occidente, oteaba la eternidad con ojos de bronce y gesto autoritario desde lo alto...de una nevera. Casi me caí de la impresión, me tambaleé tropezando con un perchero Luis XVI o algo que se le parecía mucho. Sonidos metálicos. Me entró la risa nerviosa. Mi tía me miraba sin entender qué pasaba. Probablemente nunca había reparado en las grandes letras que soportaban esa escultura siniestra desde vaya usted a saber cuando. "FRANCO"... "FRANCO". Tía M se río por simpatía, con risa cánida.
Me maldije por no llevar la cámara encima y salí de aquella tienda como el que pasa demasiado tiempo en un fumadero de opio: aturdido y confuso.
1 comentario:
Lo que uno aprende viajando... Me voy de viaje.
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