martes, 1 de mayo de 2007

EL ÉXTASIS EN LA POZA. Momentos de la vida que valen la pena.



Fue el segundo día en Almería. Habíamos llegado a Rodalquilar, en concreto a El Playazo, que se llama así. Chato y yo paseamos por una serie de estructuras rocosas fascinantes, que creaban calitas escondidas muy hermosas. De hecho nos saltamos una valla y entramos en una finca privada pero ¡qué leches! El único sonido que interrumpía el discurrir del tiempo era la risa de algún niño en la poco concurrida playa. Y eso que mucha gente estaba de puente...

Como cabritillas sorteábamos las rocas y piedras. Llegamos al borde de la poza. En el fondo, el agua brillaba esmeralda, transparente. Una chica en topless evolucionaba en las aguas cual juguetona náyade. Su marido estaba cerca, con dos niños, a los que sacó de la fosa inundada de la luz del sol.

La poza, me explicaba Chato, una especie de piscina natural, comunicaba con el mar a través de un corto túnel. La tentación fue demasiado fuerte. Me quité las zapatillas, la cartera, la camiseta y me coloqué en el borde de la poza. Una dosis de adrenalina invadió mis torrente sanguineo. Durante un instante, el cielo giró. Salté y me quedé colgado en el infinito durante un breve segundo, Me hundí en las aguas heladas y cristalinas.

Di en el suelo arenoso y emergí con una flexión de mis rodillas, congelado y gozoso, acariciado por el aire y el calor. Nadé. Hacía pie perfectamente. Me acerqué a la salida, calculé la distancia en una zambullida y luego tomé aire y me sumergí nuevamente. Por primera vez desde que me quité con laser la miopía, abrí los ojos bajo el mar. La cantidad de colores me mareó. Incliné todo mi peso hacia delante, para hundir mi cuerpo en el tunel, donde luz y agua echaban un pulso. Los líquenes, las algas amarillas, verdes y azules bailaban en el fondo. Las toqué y volví a salir a la superficie. La sensación era maravillosa.

Chato se tiró también a la poza. Reíamos, ateridos por el frío. Volví a ella, por el túnel, y volví a salir. No recuerdo cuantas veces. Era un juego maravilloso. Al volver a las rocas nos quedamos de pie secándonos de cara al mar. Sin decirnos ni una palabra. Éramos dos criaturas vivas, mamíferos. Dos animales vertebrados, vivíparos y mortales, finitos, en éxtasis.

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