Pienso en estas cosas mientras contemplo el bestiario humano desde mi silla del Café Negro, frente al Teatro Albéniz.
Junto a Emma Suarez o El Duque pasa un gitano de voz rasposa agrediendo los oidos del respetable.
A la verita de otro de los tantos directores noveles y grisaceos que pululan la calle en busca de algún periodista, o especialista, o comentarista que le reconozca, otro súbdito de la corte de los milagros nos pide unos céntimos para comer.
Las niñatas corren teléfono-cámara en mano de un lado para otro como si la foto que van a sacar las vaya a hacer mejores personas. Aunque esto último a ellas les importe un pimiento del piquillo con chorreras.
Le hago un gesto al camarero, pidiendo otra de aceitunas.
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