Zelig vino a visitarme a Estonia y decidí llevarle al café de un balneario de los años 30. Pedimos la bebida local: vodka. Él estaba raro, me parecía que había envejecido, el brillo en sus ojos no era el mismo y lucía alguna cana.
- Te noto cansado.
- Lo estoy.
-¿De qué?
- Un poco de mí mismo. Me aburro bastante.
- ¿Y tu excitante vida de viajes y conquistas femeninas?
- Se acabó, he asentado cabeza, que se suele decir.
- ¡Tú, que lo follabas todo! ¿Y eso?
- Eso es mi hijo.
-¿Tienes un hijo?
- Por lo visto sí. Todavía no he establecido del todo el vínculo.
- ¿Le odias?
- No. Odio a los que me han regalado los oídos, comido las gambas que había en mi mesa y que ahora me olvidan. Odio más a los desagradecidos que a los que me odian.
- Algo habrás hecho, Zelig.
-Desde luego, no todo lo que debí hacer.
- ¿Y ahora qué haras?
- Estoy perdido.
- Mmmm...siempre lo estuviste.
- Sí, es cierto, y siento que mi hijo lo estará tambien. Es géminis.
- Ufff...
-Eso. Ufff...
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