Llego ayer de Madrid en un vuelo de Spanair. "Vaya"-me doy cuenta "ya han abierto la nueva terminal".
Bajo por unas escaleras mecánicas y me adentro en un pasillo interminable. De lo primero que me doy cuenta es de que todo, además de enorme, es gris. Las paredes son de hormigón, el suelo de un marmol inpersonal. ¿Lo ha diseñado un funerario discromatópsico?
Salgo por una puerta automática que no se abre hasta que mi nariz casi toca el cristal.
Tras recorrer la inmensa galería de cintas portaequipajes, llego a la mía, la 34. Al momento, empiezan a salir las maletas. Espero pacientemente, lo cual me resulta difícil tras haberme levantado a las 04:30 de la mañana en Sofía (Bulgaria) para coger el vuelo a Madrid.
Salen todas las maletas. La mía no. Las de otras diez personas, tampoco.
Me acerco a alguien que nos ofrece información, trabajador de Newco, la empresa que lleva el tema para Spanair. En cuanto oigo el nombre y el tipo nos indica donde se encuentra, salgo corriendo sin esperar más explicaciones. Llego el primero al mostrador. Respiro profundamente y le hablo muy lento a la trabajadora.
-Mi maleta no ha llegado.
-Vaya.
Respondo a las preguntas que me hace, le doy mis datos, señalo en un folleto el modelo de maleta 22 como el que se corresponde con la mía, firmo la reclamación y me voy, mochila a la espalda, en busca del coche de mi padre, que llevará un rato esperandónme vete tú a saber donde.
Cuando paso delante de las cintas que controla la Guardia Cívil, el corazón me da un vuelco. En una de ellas, solitaria, creo reconocer mi maleta, que aún conserva las pegatinas de equipaje que me pusieron en Bulgaria y Serbia. Y el candado habitual.
Me meto en el espacio acotado y, con la voz más humilde que me permite la indignación, me dirijo a un orondo guardia bigotudo.
-Perdone, pero creo que esa de allí es mi maleta.
-¿Su maleta?
-Sí, mi maleta.
-No puede ser su maleta.
-¿Acaba de llegar?
-Si, pero no puede ser su maleta, viene de América.
-Perdone, pero esas dos pegatinas se las puse yo en Bulgaria y Serbia. Y el candado es mío. Tengo aquí la pegatina del equipaje, si me deja pasar le demuestro que es la mía.
Cuando el he dicho eso, ya estoy acercándome a la cinta. El tipo, callado, se acerca conmigo.
Agarro la cinta adhesiva del la facturación, que pone AIR BULGARIA. En la otra cinta, que le coloqué por si acaso, viene mi nombre y dirección.
-¿Ve? Es mi maleta.
El número se muestra perplejo.
-Pues sí que lo es. Le va a caer un marrón a esta gente. Esto no lo pueden hacer. Tengo que dar informe, pero se puede ir.
Me da igual quien pueda ser "esta gente", pero yo ya tengo mi maleta. Me la llevo. Quiero salir de ese mundo gris y subterraneo. Que me de el sol, sonreir por haber recuperado mi única chaqueta negra, mi ropa interior sucia y mis souvenirs balcánicos.
Bajo por unas escaleras mecánicas y me adentro en un pasillo interminable. De lo primero que me doy cuenta es de que todo, además de enorme, es gris. Las paredes son de hormigón, el suelo de un marmol inpersonal. ¿Lo ha diseñado un funerario discromatópsico?
Salgo por una puerta automática que no se abre hasta que mi nariz casi toca el cristal.
Tras recorrer la inmensa galería de cintas portaequipajes, llego a la mía, la 34. Al momento, empiezan a salir las maletas. Espero pacientemente, lo cual me resulta difícil tras haberme levantado a las 04:30 de la mañana en Sofía (Bulgaria) para coger el vuelo a Madrid.
Salen todas las maletas. La mía no. Las de otras diez personas, tampoco.
Me acerco a alguien que nos ofrece información, trabajador de Newco, la empresa que lleva el tema para Spanair. En cuanto oigo el nombre y el tipo nos indica donde se encuentra, salgo corriendo sin esperar más explicaciones. Llego el primero al mostrador. Respiro profundamente y le hablo muy lento a la trabajadora.
-Mi maleta no ha llegado.
-Vaya.
Respondo a las preguntas que me hace, le doy mis datos, señalo en un folleto el modelo de maleta 22 como el que se corresponde con la mía, firmo la reclamación y me voy, mochila a la espalda, en busca del coche de mi padre, que llevará un rato esperandónme vete tú a saber donde.
Cuando paso delante de las cintas que controla la Guardia Cívil, el corazón me da un vuelco. En una de ellas, solitaria, creo reconocer mi maleta, que aún conserva las pegatinas de equipaje que me pusieron en Bulgaria y Serbia. Y el candado habitual.
Me meto en el espacio acotado y, con la voz más humilde que me permite la indignación, me dirijo a un orondo guardia bigotudo.
-Perdone, pero creo que esa de allí es mi maleta.
-¿Su maleta?
-Sí, mi maleta.
-No puede ser su maleta.
-¿Acaba de llegar?
-Si, pero no puede ser su maleta, viene de América.
-Perdone, pero esas dos pegatinas se las puse yo en Bulgaria y Serbia. Y el candado es mío. Tengo aquí la pegatina del equipaje, si me deja pasar le demuestro que es la mía.
Cuando el he dicho eso, ya estoy acercándome a la cinta. El tipo, callado, se acerca conmigo.
Agarro la cinta adhesiva del la facturación, que pone AIR BULGARIA. En la otra cinta, que le coloqué por si acaso, viene mi nombre y dirección.
-¿Ve? Es mi maleta.
El número se muestra perplejo.
-Pues sí que lo es. Le va a caer un marrón a esta gente. Esto no lo pueden hacer. Tengo que dar informe, pero se puede ir.
Me da igual quien pueda ser "esta gente", pero yo ya tengo mi maleta. Me la llevo. Quiero salir de ese mundo gris y subterraneo. Que me de el sol, sonreir por haber recuperado mi única chaqueta negra, mi ropa interior sucia y mis souvenirs balcánicos.
4 comentarios:
Lo comparto, ¿vale? ^^
Triste y además... gris.
Gris y además... triste.
Welcome. Tancontentostoy...
A mí me dió la impresión de estar dentro de una nave espacial.
Buena charla nos has dado hoy en Archidona...
Muy interesante!
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