domingo, 8 de junio de 2008

WINSCHOTEN. LA TARDE EN HOLANDA

Mapa de la zona. Winschoten, en el este.

Habíamos terminado de grabar en la Christus Garnisonkirche de Wilhemshaven. Contamos además con ayuda sobrenatural. Era lo último que quedaba por grabarse, llegábamos en coche desde Kiel tras más de dos horas de recorrido y no me habían confirmado nada, pero al final, fue llegar, aparecer el pastor luterano y abrirnos las puertas.

Como la cosa fue rápida, y tras consultar el mapa, nos bajamos a Bremen, donde teníamos el hotel y, GPS en mano, nos dirigimos hacia la frontera con Holanda.

Dirección Groningen, el pueblo más grande era Winschoten, así que allí llegamos pasadas las cuatro de la tarde.

Nada más recorrernos un par de calles, llenitas de gente, nos encontramos con uno de los iconos de Holanda, un coffe shop que, ironías del destino, respondía al nombre de Havana. En su interior se encontraban holandesas de mal careto, una oriental que vendía los porros (1 joint=2'50€) y un grupo de hombre con rasgos del medio oriente, jugando al billar.

Aquí Javier Morillas tomándole un planazo a uno de los canales, que abundan en Holanda como los tulipanes, aunque tulipanes no vimos ninguno, pero sí canales. Er...eso.

Intenté averiguar qué era toda esa masa de gente expectante. La primera persona a la que pregunté me comentó que "los niños" volvían después de andar durante cuatro días. Pensé que se había querido quedar con un turista. Vi entonces a unos tipos de uniforme con pintas más serias, así que les pregunté. Me dijeron que "los niños" habían andado diez kilómetros en cuatro días, y que se celebraba su llegada. ¿Era la fiesta del flautista de Hamelin o qué? Resultó que llegaron los niños. Cientos, y con bandas de música, majorettes, etc.

Había un memorial recordando a los judíos holandeses exterminados en los campos nazis.


Y, como no, un molino holandés en el que sacarse una foto después de tomar una cerveza del país. Había que cumplir todos los tópicos, si no ¿qué gracia tiene?

Tras cruzar la frontera, estábamos seguros de que nos pararían en el lado alemán. Era de noche y de pronto, entre la espesura, apareció el control de policía más grande de mi vida. Si no había veinte agentes currando sobre diez coches, no había ninguno. Y otros comiendo al lado de tiendas de campaña especialmente dispuestas para la tarea. Había gente con las maletas abiertas y todo. El altísimo protegió otra vez y nuestro coche se fue de rositas mientras paraban al que iba delante nuestra, y el que iba detrás. De todas formas, no nos hubiesen encontrado nada.

2 comentarios:

Stultifer dijo...

¿Los niños? No me has hablado de los niños...

Jaime Noguera dijo...

Los niños eran rubios y con los ojos azules. Algún inmigrante para dar una nota de color y dos lineas de disminuidos físicos y psíquicos, que eran los que más conmovían, claro.