Como la cosa fue rápida, y tras consultar el mapa, nos bajamos a Bremen, donde teníamos el hotel y, GPS en mano, nos dirigimos hacia la frontera con Holanda.

Nada más recorrernos un par de calles, llenitas de gente, nos encontramos con uno de los iconos de Holanda, un coffe shop que, ironías del destino, respondía al nombre de Havana. En su interior se encontraban holandesas de mal careto, una oriental que vendía los porros (1 joint=2'50€) y un grupo de hombre con rasgos del medio oriente, jugando al billar.

Y, como no, un molino holandés en el que sacarse una foto después de tomar una cerveza del país. Había que cumplir todos los tópicos, si no ¿qué gracia tiene?
Tras cruzar la frontera, estábamos seguros de que nos pararían en el lado alemán. Era de noche y de pronto, entre la espesura, apareció el control de policía más grande de mi vida. Si no había veinte agentes currando sobre diez coches, no había ninguno. Y otros comiendo al lado de tiendas de campaña especialmente dispuestas para la tarea. Había gente con las maletas abiertas y todo. El altísimo protegió otra vez y nuestro coche se fue de rositas mientras paraban al que iba delante nuestra, y el que iba detrás. De todas formas, no nos hubiesen encontrado nada.
Tras cruzar la frontera, estábamos seguros de que nos pararían en el lado alemán. Era de noche y de pronto, entre la espesura, apareció el control de policía más grande de mi vida. Si no había veinte agentes currando sobre diez coches, no había ninguno. Y otros comiendo al lado de tiendas de campaña especialmente dispuestas para la tarea. Había gente con las maletas abiertas y todo. El altísimo protegió otra vez y nuestro coche se fue de rositas mientras paraban al que iba delante nuestra, y el que iba detrás. De todas formas, no nos hubiesen encontrado nada.
2 comentarios:
¿Los niños? No me has hablado de los niños...
Los niños eran rubios y con los ojos azules. Algún inmigrante para dar una nota de color y dos lineas de disminuidos físicos y psíquicos, que eran los que más conmovían, claro.
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