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Tras abrir las puertas de la poesía, en su forma eterea y en la física, me he encontrado con Pablo Neruda. Tras una conversación privada con él, leyéndolo, me he quedado con este poema.
Amor llegado que hayas a mi fuente lejana,
cuida de no morderme con tu voz de ilusión;
que mi dolor oscuro no se muera en tus alas,
que en tu garganta de oro no se ahogue mi voz.
Amor —llegado que hayas
a mi fuente lejana,
sé turbian que desuella,
sé rompiente que clava.
Amor deshace el ritmo
de mi aguas tranquilas;
sabe ser el dolor que retiemblan y que sufre,
sábeme ser la angustia que se retuerce y grita.
No me des el olvido.
No me des la ilusión.
Porque todas las hojas que a la tierra han caído
me tienen amarillo de oro el corazón.
Amor —llegado que hayas
a mi fuente lejana,
tuérceme las vertientes,
críspame las entrañas.
Y así una tarde —Amor de manos crueles—,
arrodillado, te daré las gracias.
cuida de no morderme con tu voz de ilusión;
que mi dolor oscuro no se muera en tus alas,
que en tu garganta de oro no se ahogue mi voz.
Amor —llegado que hayas
a mi fuente lejana,
sé turbian que desuella,
sé rompiente que clava.
Amor deshace el ritmo
de mi aguas tranquilas;
sabe ser el dolor que retiemblan y que sufre,
sábeme ser la angustia que se retuerce y grita.
No me des el olvido.
No me des la ilusión.
Porque todas las hojas que a la tierra han caído
me tienen amarillo de oro el corazón.
Amor —llegado que hayas
a mi fuente lejana,
tuérceme las vertientes,
críspame las entrañas.
Y así una tarde —Amor de manos crueles—,
arrodillado, te daré las gracias.
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